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Llamados a ser humanos – Vatican News

Llamados a ser humanos – Vatican News

Las palabras de León XIV y la profecía de Ratzinger.

Andrea Tornielli

“Antes que creyentes, estamos llamados a ser humanos”. Así lo dijo León XIV en la catequesis del pasado miércoles 28 de mayo. El Papa, al reflexionar sobre la parábola del Buen Samaritano, explicó que en los encuentros que tejen nuestra vida “salimos a la luz tal como somos” y que, ante la fragilidad y la debilidad del otro, podemos “cuidarlo o hacer como si no pasara nada”. Tal como sucedió en el relato de Jesús: los dos ministros religiosos, que tenían el privilegio de acceder al espacio sagrado del Templo de Jerusalén, no se detuvieron ante el hombre herido por los bandidos, abandonado al borde del camino. Fue un samaritano —alguien considerado impuro por los judíos— quien se compadeció y cuidó de aquel hombre que la tradición religiosa consideraba un “enemigo”.

En su catequesis, León XIV señalaba: “La práctica del culto no nos convierte automáticamente en compasivos. De hecho, antes de ser una cuestión religiosa, la compasión es una cuestión de humanidad”. Ser creyente y practicante, ser ministro de Dios, no garantiza la compasión, no asegura que nos dejemos “herir” por la realidad, por los encuentros, por las situaciones de necesidad que encontramos: antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos. Precisamente este ser humanos —es decir, compasivos— se convierte en una oportunidad para dar testimonio del Evangelio.

Esto mismo lo señalaba ya en 1959, con profética claridad, Joseph Ratzinger, entonces joven profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn. En su ensayo “Los nuevos paganos y la Iglesia”, reflexionando sobre las condiciones cambiantes de las sociedades secularizadas, hablaba así del testimonio misionero: “El cristiano debe ser más bien un hombre alegre entre los demás, un prójimo allí donde no puede ser un hermano cristiano”. Es decir, alguien que se haga “prójimo”, como el Buen Samaritano. “Pienso también —añadía el futuro Papa— que, en la relación con su prójimo no creyente, debería ser ante todo un hombre, es decir, no irritar con intentos constantes de conversión y sermones… no debe ser un predicador, sino precisamente, con apertura y sencillez, un hombre”.

Ratzinger tenía muy claro de dónde surge y cómo puede renacer siempre la Iglesia: a partir del testimonio de hombres y mujeres atraídos por Cristo y capaces de mostrarlo con la vida, con la compasión, siendo compañeros de camino de cualquiera. Por el contrario, el futuro Benedicto XVI era ya consciente de lo ilusorio que sería pensar que se puede frenar el declive de la cristiandad occidental encerrándose en una fortaleza, reduciendo la fe a un tradicionalismo, a un pegamento identitario de grupo, o a una ideología para sostener proyectos políticos.

En el fondo, esta es la clave de la misión y la fuerza del anuncio en la época de cambios que vivimos: personas llamadas a ser ante todo humanas, abiertas y compasivas. Hombres y mujeres cristianos que no se sienten superiores a los demás, porque saben que muchas veces quienes nos dan testimonio de compasión son los “lejanos”, los que consideramos “impuros”, como el Buen Samaritano del Evangelio.

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