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Las vacaciones, un tiempo esencial para la salud de los sacerdotes

Aunque no lo muestren abiertamente, los sacerdotes también acumulan cansancio. Su ministerio los lleva a estar en constante movimiento, a responder a múltiples demandas, a una disponibilidad total que a veces termina pasando factura a su salud. Necesitan ser escuchados, comprendidos, y no deben renunciar a ese necesario tiempo de descanso.

Jean-Charles Putzolu – Ciudad del Vaticano

El verano es una época propicia para el descanso, al menos para quienes tienen la posibilidad de tomarse vacaciones. Eso vale para todos, incluidos los sacerdotes, cuyo compromiso vocacional suele malinterpretarse como una obligación de estar disponibles las 24 horas del día, los 365 días del año. Pero el descanso, el distanciamiento y la relajación son tiempos indispensables para recargar energías, romper con un ritmo a veces abrumador, especialmente para quienes están a cargo de varias parroquias, algunas de ellas bastante distantes entre sí.

No están exentos de episodios de agotamiento o depresión. Aunque la gran mayoría vive su sacerdocio con plenitud, alrededor del 2% de los 6.300 sacerdotes activos en Francia no están libres de sufrir un “burn-out”, y un 67% siente que enfrenta una sobrecarga de trabajo, según un estudio realizado en 2020 por la Iglesia de Francia.

Entonces, ¿cómo apoyar a quienes, habitualmente, sostienen a sus fieles durante este tiempo de vacaciones? De ello hablamos con Monseñor Benoît Bertrand, obispo de Pontoise (Francia), quien colaboró en dicho estudio sobre la salud de los sacerdotes.

Monseñor Bertrand, este es un tema que lamentablemente ha sido recurrente en los últimos años. Los sacerdotes son seres frágiles, susceptibles de padecer depresión, soledad o aislamiento. Afortunadamente, el verano representa también para ellos un momento clave para reconectarse. ¿Podemos hablar de cierto sufrimiento en los sacerdotes?

Sin duda. En algunos de ellos hay signos de cansancio, fragilidad, expresiones de agotamiento e incluso sufrimiento, dentro de un contexto que puede ser bastante angustiante. Hemos atravesado una grave crisis sanitaria que generó muchas preocupaciones. También está el panorama internacional, las dificultades que enfrenta la Iglesia, e incluso los escándalos que, naturalmente, generan tristeza e incomodidad.

Son muchos los factores que pueden provocar malestar entre los sacerdotes. En Italia, recientemente, un joven sacerdote decidió quitarse la vida. Quiero expresar desde aquí mi cercanía a los sacerdotes y obispos, al pueblo de Dios, y al obispado italiano de Novara, del que provenía ese joven jesuita.

San Juan Pablo II ya hablaba de las exigencias del ministerio sacerdotal; el Papa Francisco ha pedido sacerdotes alegres; y León XIV habló recientemente de las alegrías y fatigas de los presbíteros. Entonces, ¿puede un sacerdote en sufrimiento psicológico transmitir la alegría del Evangelio?

Lo sabemos bien: si un sacerdote no está bien en su vida personal, espiritual, física o psicológica, difícilmente será feliz en su ministerio, y eso inevitablemente repercute en las comunidades. Por eso, en 2020, los obispos de Francia solicitaron un estudio objetivo sobre la salud física, moral y psicológica de los sacerdotes.

Era necesario hacer una evaluación de los 6.300 sacerdotes diocesanos en actividad en Francia para identificar los factores más relevantes que inciden en su bienestar. El objetivo: establecer medidas preventivas y dotar a las diócesis de recursos para mejorar la atención a la salud integral de los sacerdotes, tanto por parte de los obispos como del conjunto del pueblo de Dios.

Cinco años después de ese estudio, ¿se puede medir la eficacia de las acciones propuestas?

Antes de centrarnos en las acciones, evaluamos los factores de riesgo: sobrepeso, obesidad, adicciones al alcohol o al tabaco. Luego trazamos líneas de prevención y detección. En términos generales, más del 90% de los sacerdotes activos declararon gozar de buena salud física. Sin embargo, nos preocupó que casi dos de cada diez mostraban síntomas depresivos, y que el 2% se encontraba en situación de “burn-out”.

También vimos que el 40% presentaba un nivel bajo de realización personal. Estos datos alertaron a los obispos. La primera acción fue difundir el estudio entre sacerdotes, obispos y fieles. Luego, trabajamos con los consejos presbiterales y episcopales para subrayar la importancia del descanso, del seguimiento médico regular —que muchos sacerdotes aún no tienen—.

Organizamos sesiones de información sobre el estrés, la depresión y el “burn-out”, cómo detectarlos y prevenirlos. Pero sobre todo, insistimos en algo fundamental: escuchar a los sacerdotes. Que el obispo, el vicario general o la autoridad local se acerquen a ellos, vayan a sus casas, a los presbiterios, pasen tiempo con ellos. Reafirmamos también el valor del acompañamiento espiritual, de las fraternidades sacerdotales, y de sensibilizar al pueblo de Dios sobre el cuidado hacia sus sacerdotes. El acompañamiento a los sacerdotes es, en mi opinión, una tarea prioritaria para los obispos.

¿Tienen también los laicos una responsabilidad con los sacerdotes? Ellos cuidan de las almas del rebaño de Dios. ¿Ese rebaño cuida de ellos?

Los sacerdotes son increíblemente disponibles, entregados, admirables en su capacidad de escuchar a jóvenes y adultos. ¿Pero quién los escucha a ellos? Muchos tienen una gran discreción. Son hombres reservados, a quienes les cuesta expresar sus fragilidades o dificultades.

En las parroquias, en las capellanías, los laicos pueden ser atentos, fraternos, vigilantes: invitarlos a cenar, ofrecerles un momento de distracción, estar disponibles para escucharlos. Muchas familias católicas se preocupan por sus sacerdotes, pero también es importante que el sacerdote se deje ayudar y acepte compartir cuando atraviesa momentos difíciles.

¿Y los obispos también viven estas situaciones, incluso el riesgo de depresión?

¡Por supuesto! No somos héroes. La fatiga también puede afectarnos, sin importar la edad. El desgaste llega después de muchos años de servicio, especialmente si ha sido exigente. Hay momentos difíciles en la vida de una diócesis: tensiones, crisis, dramas que se deben gestionar.

El obispo también puede necesitar acompañamiento. Por eso, la Conferencia Episcopal ha propuesto visitas fraternas de obispos a otros obispos, acompañados de laicos, para escucharlos, apoyarlos, conocer a su equipo y ayudarlos en su misión.

Se suele pensar que, por vocación, el sacerdote debe estar disponible todo el tiempo. ¿Esa es una presión real?

Sí, es una presión muy real. Nuestra vida está consagrada a Dios y al pueblo de Dios. Pero el exceso de entrega puede desembocar en fatiga, “burn-out” o depresión. Debemos aprender a decir no. Y eso es difícil. Decir “no” puede proyectar una imagen negativa de uno mismo, cuando uno quiere agradar, ser amable. Pero a veces hay que tener el valor de decir: “Lo siento, ahora no puedo. Hablemos en quince días, en un mes”.

Y también es importante que los demás acepten ese “no”. La mayoría de las veces, sacerdotes y obispos intentan responder positivamente, a veces demasiado rápido y sin discernimiento. Cuando nos hacen una petición importante, es mejor rezar primero una misa, reflexionar, y no apresurarse a contestar.

Las vacaciones suelen ser muy beneficiosas. El Papa Francisco no ha sido muy dado a tomarlas, mientras que Juan Pablo II y Benedicto XVI se refugiaban en las montañas del norte de Italia, y León XIV se retiró dos semanas a Castel Gandolfo. ¿Son necesarias las vacaciones para un sacerdote o un obispo?

No puedo hablar por todos, pero para mí son esenciales. Cuando era superior del seminario, solía decirles a los seminaristas —con un poco de humor—: “quien no descansa, cansa a los demás”. Así que sí, el descanso, el ocio y el reencuentro interior son fundamentales para cualquiera que pueda tomarse vacaciones. Un sacerdote que sabe descansar y desconectar es un sacerdote que estará mejor entregado a su comunidad y al pueblo de Dios.

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