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Prudente y disciplinado: así retrata uno de sus allegados en Perú al Papa

Prudente y disciplinado: así retrata uno de sus allegados en Perú al Papa

Peruano por adopción, el papa León XIV pasó muchos años en el país andino como misionero, antes de ser nombrado obispo de Chiclayo en 2015. Conversamos con el entonces responsable pastoral y amigo cercano, César Piscoya.

Alexandra Sirgant – Ciudad del Vaticano

Tenía 30 años el papa León XIV —entonces padre Prevost— cuando pisó por primera vez suelo sudamericano. Tras un paso por Estados Unidos y una estancia en Roma, fue enviado en 1985 a la misión agustina de Chulucanas, en el departamento de Piura, al norte del Perú. Le seguirían numerosos viajes de ida y vuelta al país andino, hasta su nombramiento como obispo de Chiclayo en 2015 por el papa Francisco, y posteriormente como vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana en 2018. El cardenal Robert Francis Prevost incluso obtuvo la nacionalidad peruana ese mismo año.

Conversamos sobre su trayectoria en el país con César Piscoya, su amigo cercano desde hace 30 años y quien fuera también su responsable de pastoral en la diócesis de Chiclayo. Actualmente, Piscoya trabaja en Bogotá para el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en el Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral. Padre de familia, describe a León XIV como un hombre profundamente humano, siempre sensible a las realidades y sufrimientos del pueblo peruano.

¿Cómo recibió la noticia de su nombramiento? ¿Ha tenido noticias desde la diócesis de Chiclayo?

Me sentí profundamente conmovido y muy feliz al enterarme. Actualmente estoy en Bogotá, donde trabajo para la Conferencia Episcopal Latinoamericana, así que no estaba en mi ciudad, Chiclayo, cuando supe de su elección. Pero las noticias que me llegaron de mi familia y amigos estaban llenas de alegría, asombro y entusiasmo. La gente se volcó a la plaza principal, al patio de la catedral… estaban desbordados por la emoción. Así fue como esta noticia fue recibida por ese pueblo pequeño y sufrido, pero grande en afecto y amistad.

¿Se conocieron en Chiclayo? ¿Cómo comenzaron a trabajar juntos?

Conozco a Roberto desde 1996. Compartimos muchos años en la experiencia misionera de los agustinos. Luego, en 2017, regresé a Chiclayo y, cuando volví, él me preguntó si podíamos trabajar juntos en la diócesis. Así fue como colaboramos hasta diciembre de 2022, cuando él era obispo de Chiclayo.

Cuando me invitó a trabajar en la pastoral del diócesis, me dijo dos cosas fundamentales. La primera: “César, tenemos que trabajar en unidad”; y la segunda: “César, nuestra gente, nuestra comunidad, nuestra diócesis necesitan entender que es importante trabajar con corresponsabilidad”. Esa era la orientación que monseñor Roberto quería dar. Me dijo: “No te olvides del Concilio (Vaticano II); debemos generar un proceso de renovación y de estructuración de nuestra diócesis”.

Ese fue el origen del “Proyecto de renovación y evangelización de la diócesis”, la misión pastoral que me encomendó.

¿Fue difícil asumir esa tarea siendo usted un laico?

Es una muy buena pregunta, porque me permite decir algo esencial sobre nuestro nuevo papa León XIV. Él conocía bien el contexto del diócesis y sabía lo difícil que podía ser esta experiencia, porque se trataba de un entorno marcadamente clerical: Chiclayo contaba con más de sesenta años de presencia del Opus Dei. Su trabajo tiene una orientación más “reducida” o centrada en los aspectos sacramentales y litúrgicos externos —que son valiosos, por supuesto—, pero con poco interés por lo social, por salir al encuentro del otro, de las periferias.

Monseñor Prevost entendió ese desafío desde el inicio, y me apoyó desde el primer momento. Me invitó a formar parte de una Iglesia donde sacerdotes, religiosos y laicos trabajaran juntos con corresponsabilidad. Eso fue muy importante. Sí, fue difícil, pero no imposible, porque también creíamos en la acción del Espíritu Santo en su Iglesia, y en particular en la Iglesia de Chiclayo.

Por ejemplo, cuando comenzamos este trabajo pastoral, había muy pocos laicos involucrados en las tareas de evangelización y misión. En las parroquias, quienes participaban lo hacían de forma esporádica en los consejos parroquiales. Pero él, con el respaldo del proyecto que impulsábamos, tomó la decisión de formar equipos parroquiales de animación pastoral. Estos equipos estaban compuestos, en su mayoría, por más de ocho laicos por parroquia.

Si se multiplican las más de cincuenta parroquias por ese número, se obtiene una cantidad significativa de laicos que se involucraron activamente durante el tiempo que él fue obispo del diócesis.

Usted acompañó el tema del papel de la mujer en la diócesis de Chiclayo. ¿Esa labor tuvo relación con el estilo de conducción pastoral de León XIV?

El deseo de implicar a los laicos —y sabemos que la mayoría son mujeres— formaba parte del proceso de renovación pastoral que impulsamos. Veíamos una Iglesia muy centrada en los sacerdotes, con escasa participación laical activa y, sobre todo, muy masculina. Aunque las mujeres estaban presentes en muchos espacios pastorales —como la catequesis, la liturgia o la formación—, no se les confiaban responsabilidades ni espacios reales de discernimiento y decisión.

Las nuevas estructuras que se crearon, como los equipos parroquiales, vicariales y diocesanos, eran espacios de corresponsabilidad pastoral, donde se tomaban decisiones en conjunto con el párroco o con el obispo. Monseñor Roberto no solo impulsó estos espacios, sino que los acompañó con cercanía, e integró activamente a muchas mujeres en ellos.

Además, confió a mujeres tareas significativas dentro de la vida eclesial. Durante su tiempo como obispo, Cáritas Chiclayo fue dirigida por una mujer, Janinna Sesa Córdova. Y también fue en su servicio episcopal que la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo eligió como rectora a una mujer: Patricia Julia Campos Olazábal. Es decir, comenzó a confiar a mujeres responsabilidades en lugares clave, desde una lógica pastoral que reconoce su vocación y su servicio a la Iglesia.

¿Qué lugar ocupa la sinodalidad en su visión de la Iglesia? ¿Está inspirada en el Papa Francisco?

Creo que monseñor Roberto, hoy Papa León XIV, vivió la sinodalidad desde su primera experiencia misionera en Chulucanas, en el departamento de Piura (1985–1986). Desde el primer momento comprendió que el otro —el necesitado, el pobre, el que sufre— requería su cercanía. Esa actitud estuvo presente desde el inicio en su misión, en su forma de vivir el ministerio pastoral.

Cuando llegó a la diócesis, promovió esa dimensión social del Evangelio, ese compromiso con la solidaridad, allí donde estuviera. La sinodalidad, en su caso, no fue solo un concepto o una consigna inspirada por el Papa Francisco, sino una práctica encarnada desde sus primeros pasos como misionero, que se fue profundizando a lo largo de su camino como pastor.

En su estilo de conducción pastoral, ¿cómo se relaciona con los demás?

Es una persona de diálogo. Mantenía activo un consejo presbiteral y también había creado un espacio de reflexión junto a sus hermanos sacerdotes. En los equipos diocesanos, donde participábamos los laicos, evaluábamos juntos el camino pastoral. Su estilo es muy horizontal: escucha, dialoga y toma decisiones en comunión.

¿Cómo describiría su personalidad?

Monseñor Prevost es alguien que se hace cercano, que se convierte en amigo. Si hay que llorar, llora contigo; si hay que reír, ríe contigo; si hay que soñar, también sueña contigo. Comparte incluso los momentos de desesperanza. No teme tocar la carne del otro: acoge, abraza, se conmueve profundamente con nuestra realidad.

Sabe escuchar, y es una persona atenta a lo que el otro siente; se preocupa verdaderamente por quienes le rodean.

¿Cuáles diría usted que son sus principales virtudes?

Diría que, en primer lugar, su prudencia. Posee esa virtud: es un hombre profundamente prudente. Tiene también un carácter firme, una fortaleza virtuosa. Cuando emprende algo, lo lleva hasta el final. Es muy disciplinado en sus estudios, en su oración. Sabe estar con todos, y sabe organizar su tiempo para los demás.

Pero eso no le quita entusiasmo, creatividad, alegría ni sensibilidad. Es una persona muy sensible. Creo que la expresión más clara de eso se vio cuando saludó por primera vez a la multitud como nuevo papa. Estaba conmovido, al borde de las lágrimas. Es una persona muy emotiva, siente, como cualquiera de nosotros, el peso y la profundidad de las tareas y de los grandes compromisos.

En su primer discurso como Papa, habló de una Iglesia sinodal que camina unida hacia la paz. ¿Cómo trabajó por la paz en Perú durante su tiempo como vicepresidente de la Conferencia Episcopal?

Cuando trabajamos de cerca en la diócesis, y él asumió la vicepresidencia de la Conferencia Episcopal Peruana, se mantuvo muy cercano a nosotros. Nos invitó —a nosotros, a los laicos, y también a los actores políticos— a orientar la corresponsabilidad a través de la democracia y de la participación social, siempre al servicio del bien común.

“No hay paz sin justicia, no hay paz sin diálogo” —esas son expresiones que compartía constantemente para construir la paz dondequiera que estuviera. Hoy nos sigue llamando a la corresponsabilidad y al compromiso como bautizados. Y lo expresa de forma muy clara al citar a san Agustín: “Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”. Con eso quiere decir que todos somos parte de la Iglesia, y que desde ahí parten los esfuerzos auténticos por la paz.

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